El primer campamento de mi hijo. Sí, soy un padre novato

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Desde que nació estaba destinado a ir de campamento. Su madre y yo nos conocimos en uno cuando teníamos 12 años. Mucho después el destino volvió a unirnos. El resto os lo podéis imaginar. Ambos somos unos enamorados de los campamentos, así que estaba claro que trataríamos de colar el gusanillo en nuestro vástago. Él no puso demasiados problemas, peor fue para nosotros. En el primer campamento de mi hijo el que estaba nervioso era yo.

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Quiso el destino, bueno, y también yo, que el primer campamento al que iba mi hijo fuera en Quintanar de la Sierra (Burgos), lugar al que yo también había ido (ya os he contado la historia de ese campamento en este blog). Los días previos fueron dignos de la mejor película cómica. Su madre y yo nerviosos, histéricos. Comprando platos, mochilas, ropa, gorra, crema solar, dándole consejos como si fuera a la guerra. Y él… Él estaba tranquilísimo. Nos miraba con una cara con la que parecía decirnos: “¿Pero qué os pasa? ¡Que sólo me voy 15 días!”.

Consejos para sobrellevar el primer campamento de mi hijo

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Tranquilidad: si, como en mi caso, tenéis un hijo tranquilo de por sí, quienes debéis calmaros sois vosotros. No le va a pasar nada. Hay monitores especializados vigilando. Va a comer, a lavarse los dientes, y seguro que vuelve sano y salvo dentro de 15 días o un mes.

Consejos: está bien que, si nosotros (los padres) fuimos de campamento en nuestra infancia, le demos algún consejo. Pero no debemos pasarnos. Sugerencias, las justas. Es su experiencia, no la nuestra (ésa ya pasó). Hay que dejar que la viva, que la disfrute, que la elija.

Cuidado con las prohibiciones: nadie quiere que le pase algo a su hijo. Los que somos padres, y las que sois madres, sabemos que en el momento en el que nace, nuestras preocupaciones cambian. Ver sufrir a un hijo es una de las peores experiencias vitales. Sin embargo, no porque le repitamos, como una especie de mantra, que haga la digestión, que no coma nada que no le den los monitores, que se abrigue por las noches, que no se bañe si hace frío o miles de recomendaciones similares; no vamos a evitar que se haga una herida o que le pique una avispa. Es su vida, su campamento, repito, su experiencia.

Han pasado nueve años desde el primer campamento de mi hijo. Ahora mi hijo se va con sus amigos a la playa, a un apartamento en el que, aunque diga que no, seguro que no falta alcohol. Debería preocuparme mucho más que cuando se fue de campamento, pero no es así. Su hermano es pequeño. En dos años queremos que se marche, ojalá que también sea a Quintanar. Espero tomármelo con más calma.

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