No cabe duda de que los campamentos de verano son, al final, toda una experiencia de vida. Nos enseñan un montón de cosas buenas, interesantes, útiles y que nos servirán después en muchos otros momentos, y aunque en ocasiones se puedan vivir malas experiencias en los campamentos, al final es un gran aprendizaje porque de todo se saca una conclusión positiva.
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Entre las cosas buenas que los más pequeños aprenden en los campamentos se encuentran valores como el compañerismo, la amistad, aprenden a convivir y a compartir, se deshacen por unos días de los lazos familiares y eso, en definitiva, les hace madurar. Deben ser independientes y autosuficientes, aunque estén con personas mayores a su cargo deben sobrevivir solos con otros niños que quizá no conozcan, y de los que seguro sacarán amistades importantes, sean o no duraderas, pero especiales en ese momento para ellos. Mientras tanto, pueden vivir momentos que ellos consideren malos, pasar cierta vergüenza, miedo por la noche… pero todo eso es parte de lo que tienen que vivir en un campamento. De todo se aprende.
En los campamentos de verano, sea cual sea su naturaleza, bien sean campamentos cristianos bien sean de música o deportivos, ante todo lo que los niños hacen es divertirse. Entran de lleno en mundo nuevo totalmente diferente a su día a día, en un entorno distinto, con compañías diferentes, lejos de su casa.
Pero, poco a poco, no queda más remedio que adaptarse para poder salir adelante esos días de campamento, para divertirse y pasarlo bien y disfrutar de las nuevas experiencias. Empiezas a echar de menos a tu familia y eso también es nuevo para ti. Por eso, todas las experiencias y sensaciones que se acumulan esos días son muy importantes para los pequeños, tanto las puramente físicas como jugar, reírse, hacer excursiones, acampar… como las psicológicas en el sentido de que desarrollan la añoranza, la amistad, el cariño, la independencia y su propia autoestima.
A veces vivimos lo que consideramos malas experiencias en los campamentos
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Yo sí recuerdo haber vivido malas experiencias en los campamentos. O, mejor dicho, las sentí como malas, aunque en realidad no lo fueron tanto. Recuerdo un niño mayor que nos hacía muchas faenas a otra amiga y a mí, y eso nos atormentaba entonces, a nuestros ocho años. Ahora visto desde la distancia evidentemente no se puede calificar de mala experiencia, formaba parte de ese aprendizaje, sobrevivir ante una persona hostil que se dedica a fastidiar. Siendo niños, todo se queda en eso, aunque en el momento se viva como un drama.